Cuando salgas en el viaje , hacia Ítaca, desea que el camino sea largo, pleno de aventuras, pleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes, al irritado Poseidón no temas, tales cosas en tu ruta nunca hallarás,
si elevado se mantiene tu pensamiento, si una selecta emoción tu espíritu y tu cuerpo embarga.

Constantino Cavafis; ÍTACA; POEMAS CANÓNICOS (1895-1915)

...Habito en Ítaca, hermosa al atardecer...

Homero. Odisea IX,19





martes, 19 de julio de 2011

CANTANTE URBANO (III). Final.



Llegó el final, cesó el clamor

la magia se desvaneció

tus ojos siguen fijos sobre mi

La fría luz de un pabellón

sobre un mar de cristales rotos

y un naufrago se ahoga en un rincón

“Siempre estás allí”. Barón Rojo.


Descenderás al  reino de la oscuridad…

“Avenida del fracaso”. Escuché por primera vez esta expresión de la boca de Juan aquella tarde. Así es como ha bautizado a  cierto  pasaje soterrado, en una de las zonas más ricas de Madrid. Es un pasaje triste, dónde se encuentran ocasionalmente y por un brevísimo instante,  la  soberbia y la miseria, intentando ignorarse mutuamente. La soberbia se presenta en forma de atractivas bolsas con el emblema  de las tiendas de lujo de la zona. Entonces el  pasaje sirve para evitar el tráfico de una transitada vía. La soberbia se mueve a la luz del sol, acompañada de abundante presencia policial y viste el pasaje de grandes carteles publicitarios dónde se ofrecen productos de alta calidad.

 La miseria se manifiesta en la caída de la tarde,  según se van desvaneciendo paulatinamente la luz del sol y la presencia policial. El pasadizo se viste entonces con cartones y  camas improvisadas que los “sin techo” comienzan a preparar para protegerse de los rigores de la noche y los carteles publicitarios se tornan en expresiones mordaces, burlas sin piedad  que los inquilinos de la noche  procuran ignorar:

“La casa de sus sueños. La calidad de vida que usted y los suyos merecen a escasos kilómetros del centro de Madrid”

“¿Te gusta conducir?”

“Perder peso y recuperar la figura es uno de los aspectos estéticos y saludables que más preocupan a la sociedad.  Ven a …”

“Recupera tu sonrisa”

Y tantos otros lemas de la sociedad de consumo, absurdos e hirientes en aquel contexto.

-          Avenida del fracaso…- Era una de las sentencias que recitaba Juan. Bien podría haber sido una letra emblemática para un tema de rock

-          Hasta aquí llegan  los que han perdido sus sueños. El día ha sido demasiado corto para buscarte la vida y ahora enfrentas  una  larga noche  para mascar la derrota.
 
Juan llegó a ser inquilino habitual del pasadizo. Allí iba  a dormir en las noches más frías del invierno madrileño porque proporcionaba unas paredes y un techo contra el frío y suficiente compañía para protegerse de los ataques a los mendigos.
 
Juan no podía explicar del todo cómo había llegado a ser un visitante asiduo de aquel rincón. Fue una caída rápida y vertiginosa. Todo el crédito conseguido durante años de trabajo se desmoronó como un castillo de arena.  “Ya no se puede confiar en él” fue la sentencia de un mundo que si algo valora, precisamente,  era la confianza, saber que vas a estar cuando se te necesita y Juan desaparecía demasiado a menudo, física y mentalmente.

Su mujer y su hija se marcharon  una mañana. Él no se  enteró hasta pasados  tres días, cuando volvió a casa tras una de sus ”ausencias”. Ya no podían soportar el temor y el desconcierto de enfrentarse  a la desaparición del hombre al que amaban y observar como día a día era poseído por un desconocido, destructivo, egoísta  y hostil. Algo se rompió definitivamente en al alma de  Laura aquella mañana, cuando decidió seguir los consejos de quienes las amaban, empaquetó  unas escasas pertenencias,  cogió a su pequeña como si fuera a saltar de un edificio en llamas,  y escapó para intentar rehacer la vida de ambas.

Juan guardaba unas pocas fotografías, estropeadas y  llenas de surcos por la acción de las  lágrimas, también por estrecharlas  a menudo ,con fuerza, como si así pudiese abrazarlas. De alguna manera esas fotografías eran el hilo de la vida que le mantenía en contacto con todo lo que amaba. Sabía que estaban en otra ciudad, sabía por sus padres que estaban bien, pero no quería que le viesen en su estado actual. La orden de alejamiento no era más que una redundancia sin sentido.

-          Ni una palabra…, ¡ Por favor!,  ni una palabra. Sólo que estoy bien… y punto. - le rogaba constantemente a su familia más cercana, aquellos que aún mantenían una puerta abierta, en las contadas ocasiones en que aparecía en busca de dinero, algo de ropa o unos días de acogida, pocos,  hasta que el poder del alcohol y las drogas le lanzaban de nuevo a la calle, como un monigote,  sin piedad, de vuelta a la Avenida del fracaso.
 
Era una noche especialmente fría. Yacía acurrucado bajo una sucia manta, embutido en una parca que tenía más años que él, protegido con cartones por debajo y por encima, tratando de conciliar algo de sueño, inútilmente, porque una persistente tos y un frío atroz se lo negaban. Se encontraba muy, muy cansado y deseaba con todas sus fuerzas un sueño que no llegaba.

 Cuando presintió la cercanía de Pedro, sintió temor. Aquel lugar no se caracterizaba por las relaciones cordiales.


-          ¿Quieres un chocolate?, ¡Está caliente!- Pedro estaba en cuclillas, a cierta distancia de él, tendiéndole un vaso de plástico. Si era una broma, era demasiado cruel.

-          También te puedo dar un bocata- Insistió Pedro.

-          ¿Cuál es tu rollo, tío? ¿Qué es lo que buscas?, - Contestó Juan, con cierto mezcla de  súplica y  amenaza. No sabía si aquello era un sueño o sucedía de verdad, estaba tan confuso, tan cansado…

-          No busco nada, sólo te ofrezco una bebida caliente y algo de comer- Contestó Pedro.

No obtuvo respuesta. Juan se incorporó a duras penas. Miraba a su alrededor intentando entender qué sucedía. Pudo ver a  algunos de los mendigos comiendo  y bebiendo de vasos humeantes que Pedro y un grupo de personas les estaban repartiendo.

-          Te calmará la tos. Es Cacao- Acompañaba sus palabras con un ademán, acercando el vaso hacia Juan, no sin cierta precaución porque sabía de sobra que algunos inquilinos del pasaje eran impredecibles.

-          Son los de la Biblia- dijo, con la boca llena, el inquilino de su izquierda, al observar su indecisión, como animándole a tomar los alimentos de gente de confianza.

Pedro era “de los de la Biblia”. Así es como conocían por allí a un grupo que dedicaba varias noches  a repartir alimentos, ofrecer conversación y ayuda a los indigentes. “Los de la Biblia” se distinguían de otros grupos de voluntarios porque  una vez  repartían los alimentos,  compartían también pasajes de la Biblia y oraciones con quienes lo deseaban. Ofrecían también  la posibilidad de acudir a un centro de rehabilitación para quienes eran víctimas de cualquier tipo de adicción.

Pedro era uno de los  exdrogadictos rehabilitados que ahora se dedicaban a rescatar a otros “…en el nombre del Señor”. Muchas veces le habían ofrecido a Juan la posibilidad de acudir a su centro de desintoxicación y el se había negado sistemáticamente. Igualmente se  había negado a acudir a un  albergue u otro tipo de institución que implicase cualquier tipo de disciplina, compromiso o tener que dar cuenta y demasiadas explicaciones acerca de su vida.

Aquella noche se sentía especialmente débil. Le costaba respirar. El pecho le ardía y la tos era cada vez mas dura. Los escalofríos eran intensos y apenas podía contener los temblores que le asaltaban. Aquel día había vomitado repetidas veces. Había caído como un saco en el rincón, abatido y sin fuerzas. Si pudiera dormir…

Pedro se asusto al ver la palidez y las ojeras de Juan. Le puso la mano en la mejilla y noto el ardor intenso de la fiebre, los temblores y la dificultad para respirar. Juan boqueaba visiblemente en busca de aire y cada inspiración iba acompañada de un sonido estremecedor.

 -Hay que llevarle a un hospital cuanto antes.


Buscando una  escalera al cielo…

Despertó en una cama de hospital, casi cuatro días después,  con una mezcla confusa de recuerdos en la que se mezclaban realidad y oscuras pesadillas. Lo primero que vio al despertar fue el rostro de Pedro con su  sonrisa afable. No habían podido avisar a su familia porque no encontraron documentación alguna que pudiera identificarle. Sus documentos, las fotos, algunos papeles importantes,  todo había desaparecido junto con su mochila en el descuido que provocó su traslado. Lamentó, sobre todo, la pérdida de las fotografías. No le preocupó demasiado que su familia no supiera nada, casi lo prefería, ya estaban acostumbrados a no echarle de menos.

Supo que sufría  una neumonía  grave. El frío, la humedad, la calle, se habían cobrado su tributo. También supo que Pedro había permanecido a su lado hasta que estuvo fuera de peligro. La estancia en el hospital se prolongó y Pedro aparecía cada tarde para hablar con él, a veces traía un libro o un tebeo, con la pegatina de una biblioteca cercana y toda una colección de periódicos gratuitos. El presupuesto de Pedro no era para tirar cohetes, pero se buscaba la vida. Era paciente hasta el cansancio, tan buen conversador que sabía escuchar con atención, haciendo miles de gestos que demostraban su interés, jamás interrumpía y sólo cuando el diálogo, léase monólogo, disminuía de ritmo,  usaba una frase como atizador:

-          ¿Y tú…cómo te sentías?
  
A Pedro le preocupaban los sentimientos, le gustaba conversar acerca de ellos. Cuando Pedro hablaba lo hacía despacio, como un narrador de cuentos, con una dulzura y un sosiego característico, moviendo la cabeza afirmativamente y mirando al cielo como si consultase cada palabra. En muchas ocasiones intentaba convencer a Juan para que ingresase en un centro de rehabilitación una vez saliese del hospital:
      -          ¡Vas a venir conmigo! ¡ lo sé!- concluía Pedro, señalándole con el dedo, en lo que parecía  una parodia de “Tio Sam”.
-          Sí, mamá, lo que tu digas-  Era la misma respuesta irónica  con la  que Juan eludía siempre la cuestión.
Aquella mañana la resistencia de Juan se agrietó. Le habían dado el alta y después de vestirse y comer por última vez en su habitación se encontró solo en la puerta principal, perdido y sin saber a dónde ir. Le había citado la trabajadora social, pero el próximo martes quedaba tan lejos que  bien podía faltar una eternidad. Llevaba la tarjeta con la dirección del albergue en el bolsillo derecho, pero se le antojaba que llegar allí era un viaje al infinito. Su cuerpo y su mente le seguían recordando aún la última dosis y le daba la sensación de que todo en la calle se movía demasiado rápido, con demasiado ruido, con excesiva luz. Nunca se había sentido tan sólo, ni tan inútil. Viéndose incapaz de lanzarse a aquel mar  encrespado se sentó en las jardineras de la entrada, se  tapó la cara con las manos,  lleno de temor, incapaz de dar un paso. Sólo podía llorar y aquel torrente violento de lágrimas parecía arrastrar sus recuerdos, los rostros que amaba y los restos destrozados de su alma.

Entonces sintió  la mano de Pedro, firme y cariñosa sobre su hombro y el abrazo posterior. Se agarró a aquel abrazo como a un salvavidas. Pedro le dejó llorar, un buen rato, haciendo gala de su infinita paciencia. Sobraban todas las palabras, salvo una:

-¿Vamos?- preguntó Pedro.

- Vámonos… mamá- contestó Juan con su media sonrisa y su aire triste.


Los dos se alejaron por aquella calle interminable. Pedro aún rodeaba el hombro de Juan con su brazo. Juan llevaba una bolsa de plástico con todas sus pertenencias, algo de ropa y objetos de aseo que le habían dado en el hospital. Pedro llevaba un hatillo de periódicos gratuitos bajo el brazo. Una extraña pareja,  uno cojeando sutilmente, otro con su mirada perdida en el cielo, caminando calle abajo …buscando una escalera.
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Dime si habrá alguien que te espera…
Cuatro años después me contaba su historia, sentados en aquel banco del parque, con
lágrimas en los ojos. Había estado tocando en el Parque del Retiro, repartiendo unos folletos, hablando con la gente. Por la noche irían a la Casa de Campo y a la “avenida del fracaso” a repartir leche con cacao y bocadillos.

-          La cagué Ulyses, pero Dios me ha dado otra oportunidad- me dijo, mientras levantaba a modo de trofeo un hatillo de cartas que conservaba. Eran cartas y dibujos de su hija…y de Laura también.
 
En aquel momento sólo era capaz de asentir, con un nudo en la garganta. Juan se levantó y comenzó a recoger su guitarra. Los días de tocar en el Metro habían llegando a su fin. Dejaba la ciudad, se marchaba a Segovia dónde trabajaría en un centro de rehabilitación, ayudando a otros que habían sufrido circunstancias similares a las suyas. También le habían ofrecido la oportunidad de dar clases de música en un colegio cercano y le había llegado alguna oferta de uno de los estudios. Probablemente podría compatibilizar algunas de estas cosas. Lo importante es que volvían a contar con él, todos…y todas.

-          Al final voy a echar de menos el Metro Squeare Garden

Los largos días tocando el Metro le habían ayudado a sentirse útil, a volver a tocar, a probarse que era capaz, ante el público más duro del mundo. Los escasos eurillos le habían venido de perlas al fondo común del  centro que constituía su hogar y su nueva familia.

-          Siempre puedes volver en alguna ocasión- dije, sin convencimiento

-          No … no creo, demasiados recuerdos. Me voy con la música a otra parte.- Me abrazó- ¡Que Díos te bendiga, Ulyses!, nos veremos.

-          ¡Dales un fuerte beso y un abrazo de mi parte …y de Pedro!

-          ¡Como le echo de menos!- dijo- casi dos años ya…

-          A él le habría alegrado mucho verte ahora, así.

Asiente con la cabeza. No puede hablar. Se aleja con sus trastos, su andar cansado, aquejado de una leve cojera. Levanta la mano a modo de despedida.

-          ¡ Hasta pronto, Ulyses!

Hasta pronto, Juan. Sigue luchando ¡ Me alegra tanto haberte conocido!¡ Me alegra tanto poder contar esta victoria al final!.
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El largo pasillo hace tiempo que ha desaparecido. Se lo llevó una de tantas obras de remodelación del Metro, sustituyéndolo por varias encrucijadas de innumerables esquinas. Aún queda un pasaje pero ni mucho menos tan terrorífico ni largo como aquél de antaño. Mejor así.

  Al final de este pasaje suelen ponerse músicos. Hay un chico joven, de algún país del Este que no podría determinar. Toca música clásica en un Roland antediluviano y destartalado al que le faltan las dos últimas teclas. Al pasar a su lado, sonrío, me paro unos segundos a escuchar la pieza de Chopin y deposito unas monedas sobre la funda abierta. Son algo más que unas monedas y una sonrisa; es un mensaje codificado;
“No eres invisible, valoro tu arte y te agradezco que estés aquí, por llenar este rincón con tu música, por alegrarme la mañana a pesar de tus dificultades. Gracias a todos los que compartís vuestro arte en cualquier rincón de cualquier ciudad”
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Nota del autor.

Me ha costado mucho contar esta historia. Sé que sabréis perdonar el tiempo que he tardado. Hay muchos recuerdos y  sentimientos personales implicados en ella y no siempre me ha sido fácil proseguir. Todo lo que os he contado sucedió de verdad, pero he modificado los nombres, lugares y  suficientes detalles como para conservar el anonimato de los protagonistas.

Quiero dedicar esta historia a todas aquellas personas que nos brindan su arte en las calles cada día. Alzo mi voz desde está humilde tribuna para que alguien competente y consciente de su responsabilidad sepa legislar medidas para proteger el arte – todo tipo de arte-  en la calle, potenciarlo y enriquecerlo. El arte en la calle es vida para una ciudad.

También quiero hacer una dedicatoria especial a todas aquellas personas que un día fueron derribadas, por vientos repentinos, atroces, destructivos e inesperados de todo tipo,  pero luchan día a día por abandonar su particular infierno.

Y especialmente, quiero dedicar esta historia a todas aquellas personas que, como Pedro, se esfuerzan cada día en bajar al infierno de otros, para acercarles el Cielo.

8 comentarios:

  1. Emocionante historia. Y cuantos no estarán (estaremos) al filo de la navaja con la vida siempre pendiente de un hilo.

    Esos voluntarios que recorren las calles son los auténticos ángeles de la guarda.

    josefito

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  2. es muy conmovedora la historia, y loable el gesto humano...
    hay cosas por las que merece la pena esperar...gracias!!!
    un abrazo.
    marta h.

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  3. Hola josefito:

    Gracias por tu comentario. Comparto plenamente lo que has dicho, es cierto que no llegamos muchas veces a saber lo cerca que estamos de que la vida nos de un "trompicón", aunque también depende mucho de en quién y en qué depositamos nuestra confianza. En cuanto a esos "ángeles de la guarda" que mencionas tengo la satisfacción de conocer a muchos y la tremenda labor que realizan, aunque en la mayoría de los casos pasa desapercibida, excepto para quién recibe la ayuda que es lo importante. Es una pena que se destinen subvenciones a cosas sin demasiado sentido y labores como ésta no se tengan en cuenta.En fín...

    Un abrazo.

    Hola Marta:

    Te esperaba por aquí y has venido, ja ja. Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que me ha costado ¿Ehh? pero me alegro si ha merecido la pena, como dices. Era una historia que no quería dejar de contar.

    Te seguiré esperando. Venga ese abrazo. :)

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  4. SubHatun:

    Conozco a tantos en Madrid, o a saber donde están ahora, en los que soberbia y miseria se unieron. Ahondando en la miseria sin perder la soberbia de haber, a su parecer, triunfado.. y ese mismo "triunfo" los devoró y arrojó cruel al arroyo...

    Gran relato Ulysses, cuantas historias esconden esas caras invisibles que se sientan en las calles

    (lo dice como anonimo porque blogger no le deja escribir logueado ;) y le mete en un bucle infinito de pon tu clave y escribe la palabra que aparece y vuelta a la clave y vuelta la burra al trigo)

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  5. Hola Sub. Siempre agradecido por tu comentario. Es cierto, son muchos casos en los que un aparente éxito se convierte en algo traumático. Yo he podido vivir algunos de cerca. Probablemente la moraleja sea que el verdadero éxito no son los logros personales, no es el triunfo que se vende en los medios de comunicación, sino lo que llegas a ser y significar para las personas que tienes a tu alrededor.

    A mi me pasa lo mismo con el bucle ese que describes y eso que soy el autor del blog.

    Un abrazo Sub.

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  6. nada, paso a saludarte.
    mientras respondan las articulaciones y la madeja dure... (ja,ja)
    bso.
    marta h.

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  7. Hola Marta. ¡ Muchas gracias por la visita y el saludo!. Es el sino de mi nick, ya sabes, lo de hacerme esperar... ¡ Un beso igualmente!

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  8. Permaneces, que ya es bastante.
    Mismo beso!

    martah.

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